Las luces iluminan el cielo y el aire está cargado del aroma dulzón de la tierra, es, sin duda, la madre de todas las tormentas de verano. Nada puede evitar que ocurra y yo lo deseo, no hay nada tan espectacular como una tormenta.
En estos días de calor en el pozo que es Madrid durante el verano esta tormenta era necesaria.
Este calor se te mete en el cuerpo y te hace consciente de tus flaquezas, no eres persona, eres sólo un animal buscando la frescura del otro lado de la almohada, de la pared, del metal de la mesa,pero nada dura lo suficiente como para darnos un respiro.
No puedes dormir y no quieres permanecer despierto, el sudor recorre tu espalda y se escurre por los entresijos del cuerpo, todo es fuego.
La carga eléctrica hace fallar la luz, que tropieza un par de veces en la lámpara. Así que la apagas y descubres que un rayo en el momento de pulsar el interruptor mantiene la habitación visible unas décimas de segundo más.
Por fin estás a oscuras.
La tormenta se acerca.
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